Hace unos días se reunieron en Escocia el G-8 (las 8 economías mayores del mundo), más otros países invitados como China, Rusia e India. El tema que los convocaba (dramáticamente interrumpidos por los atentados de Londres), era cómo ayudar a los países africanos, cuyas poblaciones están siendo diezmadas por el hambre y el Sida, y el por qué no logran superar sus problemas a pesar de toda la ayuda han otorgado los países ricos.
Un analista económico dice que Africa ha recibido ayuda económica por un monto cinco veces mayor que el plan Marshall (en moneda del mismo valor), plan que implementó Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial para restablecer la economía de Europa, con los resultados exitosos que están a la vista. Entonces, ¿cuál es la diferencia? Fundamentalmente, los jefes de gobierno como Adenauer, de Gaulle y otros, que trabajaron por sus países, al revés de lo que sucede en Africa, donde la corrupción es la norma, y la honestidad la excepción.
Los países que se formaron tras la colonización europea son totalmente artificiales. La mejor evidencia es que los límites fueron trazados con una regla, obedeciendo, casi seguro, a intereses económicos, y no a diferencias étnicas o culturales de los pueblos.
No es fácil encontrar una solución a tan compleja situación. No basta un incremento monetario de la ayuda, con lo cual se busca atenuar los cargos de conciencia más que encontrar reales y definitivas soluciones.
Países sin tecnología sólo pueden aspirar a desarrollar actividades económicas primarias, como agricultura y minería, pero con un mercado agrícola tan cerrado, y lleno de subsidios, como el europeo difícilmente se podrá desarrollar; adicionalmente, los países ricos regalan sus excedentes de alimentos a los pueblos hambreados, por lo cual los agricultores locales no pueden vender su producción, pues todos prefieren la comida gratis, lo cual agrava la situación.
La inestabilidad política con corrupción hace imposible la inversión minera que requiere seguridad, dado el largo plazo en que se recupera la misma.
Intervenir políticamente esos países es impensable (vemos el ejemplo de Irak). El principio de no intervención en los asuntos de otros estados debe ser inviolable. Algo muy distinto es la indiferencia que, al parecer, es la que se demuestra hacia esos pueblos.
Es esperable que la escasez de petróleo en los próximos años obligue a una preocupación real y efectiva.
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